Cuando
Dios encuentra un hijo fiel sobre la tierra, muchas veces lo
premia con dones muy especiales.
Es difícil
discernir sobre la exactitud de todos los milagros que fueron
atribuidos al Hermano Pedro; pero lo absolutamente cierto, es
que sólo se le atribuye ese tipo de milagros a quien recuerda
con su presencia al Redentor y tiene virtud para
realizarlos.
Imagen procesional
del Santo Hermano Pedro
(Templo de San Francisco)
Entre los hechos que, según la tradición, se atribuyen al
Hermano Pedro, se mencionan los siguientes:
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Un día de septiembre de 1661, durante la celebración
del Jubileo de las Llagas de San Francisco, se estaban
quemando unos fuegos artificiales. Casualmente, cuando el
Hermano Pedro entraba al Templo de San Francisco El Grande,
una bomba, que cayó dentro del sombrero que él llevaba tomado
con el brazo por debajo del pecho, explotó y lo dejó sin
sentido. Los presentes, pensaban que había muerto y le
colocaron agua bendita sobre el rostro; pero al cabo de media
hora el Hermano Pedro recuperó sus sentidos y, riéndose,
exclamó: "Antes que venga la muerte, reciba yo este alivio,
que del dolor de mis culpas, mi corazón sea partido".
Después, se fue a la Capilla del Santísimo en el mismo Templo
de San Francisco, quedándose en oración hasta la mañana
siguiente. Un día que iba caminando con el Hermano Eugenio, le
dijo que Dios le había salvado la vida para dejar más
introducido el rezo de la Corona de oraciones a Nuestra Señora.
Consciente
de las
dificultades que padecían los enfermos al salir de los
hospitales, especialmente los forasteros y desvalidos quienes
no tenían quien los ayudara o proporcionara una alimentación
adecuada, el Hermano Pedro, en 1664, inició la obra y
construcción del hospital de convalecientes. Al no contar con
los medios y recursos suficientes, el Hermano Pedro trabajaba
en esa construcción con sus propias manos acarreando en su
espalda los pesados materiales, y por ese ejemplo
lo imitaron muchos Hermanos más.
Empeñado
en la construcción de ese hospital, uno de los Hermanos que le
ayudaba en tan noble tarea, resbaló del andamio en que estaba
subido, cayendo al vacío; dándose cuenta el Hermano Pedro de tal situación, oró
al Señor y aquel dicho Hermano quedó suspendido en el aire,
salvándole así la vida.
Cierto
día, el Hermano Nicolás De León, administrador de la
construcción del hospital de convalecientes, advirtió al
Hermano Pedro que ya no tenía ni un Peso para cubrir los
gastos y que había prestado dinero para pagar algunos
materiales, razón por la cual tenían una gran deuda.
El Hermano
Pedro lo escuchó tranquilo y le dijo: “¿Cómo debemos? Yo no
debo nada”. - “¿Pues, quién lo debe, Hermano?” -
replicó el administrador. Y dijo el Hermano Pedro:
“Dios lo debe” Y levantando sus ojos al cielo, humilde y
con ternura, dijo: “Señor y Padre Nuestro, Padre de los
pobres, pagadlo vos que sois rico, tenéis dinero, temporadas,
cosechas, tinta, cacao, azúcar y cuanto queréis, que yo no
tengo ni puedo”
Los dos
sonrieron alegremente; luego, el Hermano Pedro salió a la
calle a pedir limosna y al poco tiempo regresó acompañado de
un mozo que traía una cantidad más que suficiente para pagar
la deuda. Se dirigió al Hermano De León y le dijo: “Pues
vaya y lo paga a letra y vista, para que sepamos que es bueno
recompensar a quien sabe dar y pedir con confianza a nuestro
Padre Dios”
Sabiendo
el Hermano Pedro que el Capitán Gutiérrez tenía un poco de
madera sobrante, fue a pedírsela para la construcción del
hospital de convalecientes, quien con generosidad accedió a
proporcionársela advirtiéndole que la madera era muy poca y
que escasamente llenarían un carretón. Grande fue su sorpresa
al comprobar que durante tres días más de cien viajes hicieron
y que al despedirse agradecido el Hermano Pedro aún estaban
las dos cargas originales.
Hubo de salir
el Hermano
Pedro a pedir limosna urgente para pagar una deuda de 50
pesos, pues rebuscando dinero, sólo había reunido 30 pesos. En
la primera casa visitada, la de María Ramírez, contaron el
dinero que llevaba, y comprobaron que ya tenía los 50 pesos.
Él cayó de rodillas ante un crucifijo que había en aquella
casa y con rostro en el suelo permaneció inmóvil largo rato,
regresando luego al hospital. Otro día fue a la casa de Doña
Isabel de Astorga, a pedirle "enviado de San José" un
cierto número de maderos que ella tenía guardados, sin que
nadie lo supiese. Ante el asombro de la señora, el Hermano
Pedro le dijo: "Por ahí verá, hermana, que vengo
enviado de aquel divino carpintero, tan maestro en hacer las
cruces, que sólo la que Él cargó no hizo, porque ésa la
hicieron mis pecados". Y al hacer este recuerdo de La
Pasión, el Hermano Pedro irrumpió en llanto.
La señora, viéndole
medio desmayado, le exigió que aceptara un poco de chocolate.
Obedeció Pedro, y tomó tres tragos en nombre de la Sagrada
Familia y, dice el cronista, que "quedó con el rostro florido
y alegre". Luego, se llevó los maderos para utilizarlos en la
construcción del hospital de convalecientes, y aún le sobraron
catorce...
Dicha
construcción se concluyó en 1665, llamándole a la edificación
Hospital de Nuestra Señora de Belén.
Una
plaga de ratones que llegaban del campo asolaba la despensa y
las habitaciones del hospital de convalecientes, ya que se
comían los alimentos y ropas que se guardaban para los
enfermos; convirtiéndose en una seria amenaza de ser una
fuente interminable de contagios. Los hermanos encargados de
la limpieza batallaban inútilmente para terminarlos o al menos
ahuyentarlos; al fin, desesperados pidieron al Hermano Pedro
que los ayudara. Ante esa situación, Él tomó cartas en el
asunto, y les dijo a los ratones: “El Rey del Cielo ha
sentenciado que los hermanitos ratones deberán ser desterrados
del otro lado del río Pensativo”
Diciendo
esto, invitó a los ratones a meterse en su capa y los trasladó
al otro lado del río. Corriendo salieron todos los ratoncitos,
perdiéndose entre las malezas cercanas. El Hermano Pedro se
ocupó, en adelante, de llevarles alimento cada vez que corrían
peligro de morir. Desde entonces, nunca más hubo un solo ratón
en el hospital y Convento de Belén.
Había
un vecino muy malo, que nunca daba algo y aún sabiéndolo, el
Hermano Pedro decidió acudir a él. El hombre lo recibió
fríamente y con el fin de molestarlo le dijo: Hermano, sólo
tengo un mulo que ofrecerle, lléveselo si puede. Este hombre
bien sabía que ese mulo era bravío, que nadie
había logrado hacerlo obedecer y, menos aún, hacerlo trabajar
acarreando carga, que al que se acercaba lo pateaba... y el
deseo de aquel mal vecino era que el mulo de una patada tumbara al Hermano Pedro.
Pedro lo
recibió con toda humildad y agradeció el obsequio... se acercó
al animal, le puso una mano encima y lo ató con su cuerda; y
ante los ojos asombrados de su anterior dueño, el animal manso
y tranquilo empezó a seguirlo como un corderito, siendo desde
ese día de mucha utilidad en la construcción del hospital de
convalecientes, trabajando duramente. Este cuadrúpedo -si es que los animales tienen
sentimientos- quiso mucho al Hermano Pedro y le fue fiel toda
la vida, al extremo que cuando el Hermano Pedro murió fue
admiración general para toda la ciudad que, tras el cortejo
fúnebre...
el animal caminara tristemente.
Luego, los
bethlemitas concedieron la "jubilación" al cuadrúpedo, pero
permaneciendo en el lugar hasta que ese animal murió de viejo.
En su tumba alguien colocó un letrero:
“Aunque parezca un vil cuento,
aquí donde
ustedes ven
yace un
famoso jumento
que fue
fraile del convento
de Belén.
Amén”
La lluvia
se ausentó de Santiago de los Caballeros de Guatemala y la
escasez de alimentos comenzó a agobiar a todos. Viendo que el
hambre torturaba a los más pequeñitos, el Hermano Pedro se fue
a rezar a los pies del Niño Jesús, poniendo delante de Él un
saco de maíz y uno de fríjol. Reunió a los trabajadores del
hospital y les dijo que necesitaba que lo ayudaran a repartir
alimentos.
Los
hombres cumplieron las órdenes, creyendo que el Hermano Pedro
deliraba. Cuando llegaron a la capilla vieron muchos sacos de
granos apilados a los pies del Niño Jesús. Toda la noche
repartieron el alimento a los más pobres pero algo le
extrañaba... mientras más sacos repartían, más sacos
encontraban en la capilla. De esta forma milagrosa, el Hermano
Pedro logró saciar el hambre en medio de la aflicción.
Había
llegado a
Guatemala Don Rodrigo de Arias y Maldonado, un joven y
acaudalado Marqués de Talamanca. En un momento se convirtió en
el centro de las atenciones y de los comentarios de la
sociedad de aquel tiempo. Todas las jóvenes habían puesto sus
ojos en él, pero el Marqués fijó sus ojos en una mujer casada, a quien
llamaban Doña Elvira.
Un día,
aprovechando que el esposo de ella estaba de viaje, fue a
visitarla. En ese momento lo interrumpieron diciéndole que
unas personas lo buscaban; cuando regresó… ¡la encontró
muerta!
Despreciando la noche tormentosa, el desconsolado Marqués
corrió sin rumbo por las calles de la ciudad, cuando de
repente, a la luz de un relámpago y en la propia puerta de su
casa, se encontró de frente con
el Hermano Pedro, que pasaba en ese momento con su campanita
pidiendo oraciones por los que se hallaban en pecado mortal.
Mirándolo
fijamente a los ojos, discerniendo todo lo que iba en su alma,
el Hermano Pedro le dijo con firmeza: “Vamos, vamos a casa…
que yo le prometo en nombre de Dios, el remedio que desea para
que enmiende su vida”
Con toda
sinceridad y confianza, pero entrecortadas sus palabras
y nervioso el ademán, con el ansia de quien busca desahogar su
corazón, el Marqués le narró al humilde Terciario todo lo sucedido,
sin omitir palabra.
Fueron
juntos al lecho donde yacía la difunta; el Hermano Pedro rezó
devotamente, colocó su rosario sobre el cuerpo inerte e hizo
la señal de la Cruz en la pálida
frente, musitando una plegaria. Unos momentos después, el
calor volvió al cuerpo y el color a las mejillas… ¡El
perfilamiento de la muerte fue desapareciendo del rostro de la
dama!
Rosario del Hermano Pedro
[Museo del Santo Hermano Pedro]
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Frente a
tal milagro, el Marqués abandonó todo, y desde ese momento
siguió al Hermano Pedro hasta el fin de sus días, tomando el
nombre de Fray Rodrigo de la Cruz. Él sucedió al Hermano
Pedro después de su muerte e hizo florecer por todo el mundo
la Orden Bethlemita.
En
cierta
ocasión, dirigiéndose hacia El Calvario, el Hermano Pedro se
encontró con un enfurecido toro que arremetía contra lo que
estuviera a su paso, al cual sin mayor aspaviento le dijo:
“No vengas acá”. El toro no se movió más; el Hermano Pedro
se acercó hasta tocarlo con la mano y dándole un suave empujón
lo dirigió a su potrero; marchándose el toro con paso lento y
apacible, ante la mirada atónita de muchos testigos.
Un hombre
que
mató a palos a su perro, arrepentido de su acción, buscó al
Hermano Pedro para pedirle ayuda y perdón. El Hermano Pedro
llevó el cadáver del perro al hospital de convalecientes y a
los dos días, ya completamente sano el animal, lo devolvió a
su dueño; pero el perro no quiso quedarse con su antiguo amo y
él comprendiendo la razón, lo dejó en poder del Hermano Pedro,
a quien acompañó en sus diarias visitas diurnas y nocturnas.
Cierto día,
un buen amigo llamado Juan llegó lloroso y afligido a buscar
al Hermano Pedro, quien le preguntó:
¿Qué te
pasa? ¿Porqué tanto llanto?
-
Perdí todo, el caballo, mi casa… lo que gano nunca me
alcanzará para pagar mi deuda.
¿Has
ofendido a Dios?
-
¡No, eso nunca!
Entonces,
¿De que te afliges?
Después de
invitarlo a un momento de oración, el Hermano Pedro le dijo:
Mira esta lagartija…
El Hermano
Pedro tomó el animalito entre sus manos, lo envolvió en un
pañuelo y dándoselo al hombre le indicó: “Ve y empeña esta
lagartija; te darán el dinero que necesitas y cuando hayas
pagado tus deudas, me la devuelves.”
Sin
entender mucho, el pobre hombre obedeció y… ¡cuál no sería su
sorpresa al ver, cuando el joyero destapó el pañuelo, que lo
que allí había era una hermosa lagartija de oro y esmeraldas!
Más de un
año pasó hasta que el hombre pudo pagar sus deudas y recuperar
la valiosa joya. Al devolvérsela al Hermano Pedro, él la sopló
y dijo: “Demos gracias a Dios y a la hermana lagartija por
habernos servido”. En seguida, la joya cobró vida y la
lagartija salió corriendo entre la hierba y las piedras.
En
una ocasión,
había
ido el Hermano Pedro con sus alforjas a pedir a la tienda de
Miguel de Ochoa, y mientras este buen cristiano le iba dando
panes, las alforjas engullían más y más sin acabar de llenarse
nunca. Ante el asombro del donante, el Hermano Pedro le dijo
muy tranquilo: "Si apuesta a largueza con Dios, sepa que
Dios es infinito en dar y para recibir tiene muchos pobres".
En la vida
del ahora Santo Hermano Pedro hubo muchas de esas
multiplicaciones milagrosas en favor de pobres y
necesitados. Cuando él advertía estos milagros no se
extrañaba lo más mínimo, pero, emocionado y a veces
hasta las lágrimas, solía postrarse rostro en tierra o
se retiraba a la oración una noche entera. |
El Milagro de la
Canonización…
Para que el Hermano Pedro fuera elevado a los altares, se
hacía indispensable la comprobación documentada y certificada
científicamente de un milagro.
En esas circunstancias, en 1985, un niño de 5 años enfermo de
linfoma linfoblástico difuso fue curado por el entonces Beato
Hermano Pedro. Esto sirvió a la causa que seguía en Roma el
postulador General, el franciscano Lucca de la Rosa, y el
Vicepostulador Damián Muratori.
Según antecedentes, Adalberto González, originario de Vilaflor
de Chasma, Islas Canarias, Tenerife, fue ingresado a un
hospital de la localidad el 29 de marzo de 1985 ya que sufría
quebrantos de salud. Luego de un examen médico, el 24 de abril
del mismo año le diagnosticaron una forma de cáncer cuya
curación parecía casi imposible.
Al día siguiente, el 25 de abril, motivados por la reciente
Beatificación del Hermano Pedro de San José Betancur, que en
solemne ceremonia había efectuado el Papa Juan Pablo II, el 22
de junio de 1980, la comunidad de Vilaflor, encabezada por la
familia de Adalberto, el párroco, profesores y compañeros,
iniciaron el rezo de una Novena para encomendar la salud del
pequeño al Venerable Hermano Pedro, cuyo aniversario de este
último se celebra el 25 de abril de cada año. El día 30, del
mismo mes y año, se inició una terapia muy fuerte para
recuperar la salud de aquel niño.
Al hacerse pública esa Novena, se realizó una peregrinación
llevando flores a La Cueva,
como se le conoce al lugar donde Pedro de Betancur (el Hermano
Pedro) descansaba luego de pastorear ovejas, durante su niñez;
y donde actualmente se encuentra una efigie del Santo.
A partir del rezo de aquella Novena, Adalberto empezó a sentir
mejoría. Además, una monja bethlemita, Sor Georgina, le
visitaba y donde él sentía dolores le colocaba una reliquia
del Beato y, en ese momento, el infante sentía un alivio del
dolor; notándose una mejoría el 24 de julio de 1985 hasta
sanar completamente; sorprendiéndose los médicos al observar
que la enfermedad había desaparecido. En la actualidad, el
joven Adalberto González lleva una vida tranquila en la ciudad
de Vilaflor de Chasma, sintiéndose feliz por ser la prueba
viviente de la santidad del Hermano Pedro.
En vista de esa sanación fuera de lo común, entre 1988 y 1996,
en la Diócesis de San Cristóbal La Laguna, Tenerife, se
instruyó el proceso sobre el milagro para solicitar la
Canonización del Beato Hermano Pedro.
El 7 de julio de 2001, ante el Papa Juan Pablo II, se promulgó
el Decreto que testifica la autenticidad del milagro
presentado para esa Canonización.
El 26 de febrero de 2002, se fijó la fecha para la celebración
religiosa y, el 30 de julio del mismo año en la ciudad de
Guatemala, en ceremonia presidida por el Papa Juan Pablo II
con motivo de su Tercera Visita a este país, se proclamó la
Canonización del Beato Hermano Pedro de San José Betancur,
constituyendo un acontecimiento de incalculable valor pastoral
y eclesial para Guatemala y para toda América.
El Papa Juan Pablo II celebró solemne Eucaristía, en la que
también ministraron Monseñor Rodolfo Quezada Toruño, Arzobispo
Metropolitano de Guatemala
(izquierda);
y Monseñor José Saraiva Martins, Prefecto de la Congregación
de las Causas de los Santos, Delegado de la Santa Sede
(derecha):
El Papa Juan
Pablo II saludó a los fieles creyentes y celebró solemne
Eucaristía (*)
Especialmente para
esta celebración religiosa, el Gobierno de La Granadilla,
Tenerife, Sur, Islas Canarias, donó una campana,
que fue bendecida por Monseñor José Saraiva
Martins, en su visita a las Obras Sociales del Santo Hermano
Pedro; y es la que hicieron repicar dos personas, como señal
de júbilo y alegría, cuando Su Santidad el Papa Juan Pablo II
declaró Santo al Beato Hermano Pedro de San José Betancur, en
la ceremonia de Canonización.
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Campana donada por el Gobierno de
La Granilla, Tenerife Sur,
Islas Canarias
En las inscripciones de dicha campana se lee:
"Ora por Guatemala y
las Obras Sociales.
La Antigua G. 30/07/02 Canonización"
Imagen del Hermano Pedro en
la ceremonia de Canonización |
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Luego de
finalizada la ceremonia religiosa, y a eso de las diecisiete
horas del mismo día, Su Santidad se dirigió desde la
Nunciatura hacia el Aeropuerto Internacional La Aurora, para
salir de Guatemala.
Con su mano
levemente levantada en alto y su cabeza inclinada, Juan Pablo
II se despidió de los feligreses congregados en ambos lados de
la vía adornada con alfombras de aserrín multicolor y flores.
La nostalgia fue confundida con el sonido de panderetas, pitos
y tambores que se hicieron sonar mientras se exclamaba
“Juan Pablo Segundo, te quiere
todo el mundo”.
La ceremonia
de despedida del Pontífice fue sencilla y breve, siendo las
últimas palabras que él pronunció en nuestro país “Guatemala
te llevo en mi corazón”.
Relación
mística con Jesús
Desde 1652 a 1654 Pedro de Betancur se dedicó a estudiar en el
Colegio de San Lucas de la Compañía de Jesús con el fin de ser
sacerdote y se esforzaba en el aprendizaje de los nominativos
del latín, pero su memoria le resistía rebelde a la
comprensión de tal conocimiento. Consultó varias veces con su
confesor su desconsuelo. Compartió con él las ansias con que
vivía por aprender y memorizar lo aprendido para servicio de
Dios y de las almas; y por otra parte el tiempo y el trabajo
perdido tratando de desistir de lo comenzado. Él se esforzaba
por animarse a perseverar con la esperanza que el confesor le
daba al asegurarle que si continuaba en su esfuerzo iba a ver
el provecho.
Por su parte, Fray Gregorio de Ayala y Mesa, hermano terciario
franciscano (futuro maestro de noviciado de Pedro de Betancur)
al verlo desalentado por la dificultad en el estudio le
aconsejó abandonar el Colegio y trasladarse a El Calvario
porque allí tenía una cátedra donde aprender, señalándole con
el dedo la imagen de un Cristo Crucificado que se encontraba
en el altar mayor de la Ermita del Santo Calvario y le dijo:
“No te canses Pedro en estudiar, que no es eso para
vos, anda y toma el hábito de la Tercera Orden; vete al
Calvario, ¿para qué quieres más retiro para servir a Dios que
ése?”
Desvanecido
su proyecto de ser sacerdote, Pedro decidió abandonar sus
estudios en el Colegio de la Compañía de Jesús y trabajó,
hasta junio de 1654, en la obra de construcción de El
Calvario. En julio del mismo año, se trasladó a vivir en el
mismo lugar como superintendente de la obra, haciéndolo con
voluntad, humildad y resignación.
Una vez
terminada la construcción de El Calvario, Pedro se desempeñó
como sacristán y encargado del mantenimiento de esa Ermita,
jardín y otras instalaciones. Allí desarrolló su
espiritualidad, pues aquel lugar lo encontró muy a propósito
para darse a la oración y a sus ejercicios espirituales,
retirado en la soledad y por existir mucha devoción. Mientras
tanto, él se convertía en el corazón de la ciudad, el cirineo
de todas las cruces, el despertador de la fe y devoción, y el
infatigable andariego de la caridad. Las personas lo veneraban
como a un ángel y lo reverenciaban como a un santo.
A principios
de enero de 1655, Pedro tuvo una experiencia mística: sintió
que tenía a su lado a Jesús Nazareno. En su diario se
encuentra esta anotación, sencilla pero que es motivo de
reflexión: “Desde el ocho de enero me acompaña mi
Jesús Nazareno, año de 1655”.
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Esta experiencia
encendió el corazón del Hermano Pedro con un amor tierno y
compasivo hacia los misterios del Cuerpo de Cristo (Belén, la
Cruz y la Eucaristía) y los sufrimientos de los necesitados.
Imagen de
Jesús Nazareno.
Templo de El
Calvario
[Ermita del Santo
Calvario] |
El 10 de
enero de 1655, Pedro solicitó su ingreso en la Tercera Orden
de Penitencia de San Francisco. El 14 de enero del mismo año
Fray Fernando Espino, Superior de la Tercera Orden, dio a
Pedro el hábito interior, y el 24 del mismo mes y año le dio
el hábito exterior, en la capilla mayor del Convento de San
Francisco en pública comunidad de religiosos y hermanos de la
Tercera Orden.
En la noche
siguiente a su ingreso en esa Orden, estando reunido con otros
hermanos terciarios en la Ermita del Santo Calvario, para
realizar sus ejercicios devotos, una imagen de Cristo
Crucificado que se encontraba en el altar mayor de esa Ermita
resultó sudando. Cuando los hermanos allí reunidos deseaban
llamar a un Escribano para certificar el hecho, el ahora
Hermano Pedro se los impidió, diciendo: "¡No lo llamen! El sudor de Cristo es por causa de mis culpas y
pecados".
Tres días seguidos continuó la transpiración milagrosa de la
imagen.
Esa imagen de Cristo Crucificado era la misma que le había
señalado Fray Gregorio de Ayala y Mesa como cátedra donde
debía aprender.
Encendido por
el amor de Cristo no correspondido por las personas, el
Hermano Pedro quiso experimentar en su cuerpo y alma aquellos
sufrimientos, pobreza y Pasión que fueron la causa de nuestra
salvación. Eso mismo pedía en su oración: “Dulce Jesús de mi vida, abrásame en tu amor, porque he de perder la
vida, antes de pecar, Señor”
En los días
de Cuaresma, el Hermano Pedro ayunaba toda la semana y hacía
otras penitencias. El Viernes Santo, salía cargando sobre sus
hombros una pesada cruz formada por dos toscos maderos atados
con un lazo. Así visitaba las Estaciones del Vía Crucis en la
Calle de la Amargura, es decir, iniciando su recorrido desde
el Templo de San Francisco, para concluir en la Ermita del
Santo Calvario. Algunas veces el recorrido lo hacía hincado.
En la actualidad, la Calle de la Amargura comprende dos
sectores conocidos como Calle de los Pasos y Alameda del
Calvario.
Las crónicas del franciscano Fray Francisco Vásquez señalan
que un prodigio sucedió en el interior de la Ermita del Santo
Calvario: Estando el Hermano Pedro reunido con otros hermanos
de la Tercera Orden en devotas oraciones ante la imagen del
Cristo Crucificado a la que se ha hecho referencia, el Señor
le dijo con firmeza: “Pedro no
quiero seguir crucificado aquí, quiero que me lleves al
Convento de las Catalinas y estar allí descansando en mi urna”.
El Hermano Pedro respondió:
“¿cómo es posible esto, si por la Cruz a la que estás
clavado pesas más de lo que mis fuerzas puedan soportar?”.
El Cristo se desprendió de la Cruz para que Pedro pudiera
cargarlo por las calles de la ciudad de Santiago de los
Caballeros, actualmente conocida como La Antigua Guatemala.
Siempre obediente, Pedro cargó de inmediato sobre su espalda a
la efigie para llevarla al Convento de las Catalinas, pero
como él era de baja estatura y por el peso de la imagen no
pudo evitar que los talones de los pies de la misma rozaran el
empedrado de las calles de dicha ciudad. En ese convento se
construyó una capilla especial para la imagen del Señor
Sepultado.
En virtud de su devoción y de aquel traslado, el Hermano Pedro
encargó al escultor Pedro de la Rosa la burilación de una
nueva imagen de Cristo Crucificado para colocarla en la Ermita
del Santo Calvario. La efigie fue concluida el 8 de febrero de
1657, siendo conocida como el Cristo Crucificado del Hermano
Pedro.
En 1773 la ciudad de Santiago de los Caballeros fue destruida
por un terremoto de gran magnitud. Al igual que la mayoría de
edificaciones, el Convento e Iglesia de Santa Catalina
sufrieron daños considerables quedando totalmente en ruinas.
Como consecuencia del abandono de la referida ciudad para
trasladarse a la Nueva Guatemala de la Asunción, en el Valle
de la Ermita o Valle de la Virgen, la imagen del Señor
Sepultado de Santa Catalina se trasladó a la nueva y
actual Iglesia Santa Catalina, inaugurada el 24 de noviembre
de 1809, procesionándose dicha imagen el Viernes Santo
por la tarde, pero por prohibiciones de gobiernos liberales y
persecución eclesiástica a principios del siglo XX, el Señor
Sepultado ya no salió en procesión.
En la
actualidad…
La Iglesia de Santa Catalina ubicada en la ciudad de
Guatemala, se localiza en la 5ª. calle y 4ª. Avenida Zona 1.
Una de las paredes del atrio de esa Iglesia tiene una
inscripción que afirma:
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Aquí se venera al milagroso Cristo Yacente de la Iglesia Santa
Catalina. El Santo Hermano Pedro de San José Betancur, devoto
del Señor Sepultado, lo trasladó sobre su espalda de El
Calvario al Convento de las Catalinas en La Antigua Guatemala,
hace más o menos 350 años. Esta imagen consagrada está con
nosotros desde la inauguración de este templo, el 24 de
noviembre de 1809.
Iglesia Santa
Catalina, ciudad de Guatemala |
En el altar mayor de esa Iglesia se observa una imagen de
Cristo Resucitado; y en la hornacina central una efigie de
Santa Catalina, mártir. En el costado izquierdo se encuentra
la Capilla de la imagen del Señor Sepultado, acompañado por
las imágenes de Virgen de Dolores, de San Juan y de Santa
María Magdalena.
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Capilla de la imagen del Señor Sepultado |
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Altar mayor |
La burilación de la imagen del Señor Sepultado de Santa
Catalina se atribuye al fraile franciscano Cristóbal de Ochoa,
quien utilizó madera de cedro tal como lo hacían en la época
colonial, hacia el siglo XVI.
Originalmente esa imagen representaba a un Cristo Crucificado
ya que posee movilidad en sus brazos, mostrando en su
encarnado los signos de la flagelación y Pasión, así como
finas líneas de sangre que recorren el cuerpo. Asimismo, se
caracteriza por tener una postura de colocación en el sepulcro
y detalles post-mortem; considerándose como particularidad los
raspones en los talones de los pies, realidad que confirma y
da fe el sacristán de la Iglesia Santa Catalina en la ciudad
de Guatemala, lo cual permite corroborar en la historia el
hecho milagroso respecto al traslado que, de dicha imagen,
realizó el Hermano Pedro ya hace más de 350 años, en la
recordada ciudad de Santiago de los Caballeros, según quedó
indicado anteriormente.
Esta imagen descansa en una urna de bronce adquirida en
Francia en el siglo XIX; observándose los siguientes detalles:
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En la parte superior se representan seis enigmáticos símbolos
de hojas de palma unidas por la corona de espinas, junto con
las insignias de la Pasión que simbolizan el triunfo sobre la
muerte.
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Como símbolos celestiales, cuatro querubines flanquean las
esquinas de la urna, sostenida por cuatro ángeles custodios,
en cuyo interior descansa la imagen del Señor Sepultado de
Santa Catalina.
En la Iglesia de Santa Catalina, esa imagen es
conocida como el Cristo del Hermano Pedro.
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Rostro de la imagen del Señor Sepultado que milagrosamente sudó tres días
seguidos cuando se encontraba como Cristo Crucificado
en el altar mayor de la Ermita del Santo Calvario, en la
recordada ciudad de Santiago de los Caballeros, la noche
siguiente al ingreso de Pedro de Betancur a la Tercera Orden
de Penitencia de San Francisco, en 1655.
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Una leyenda
dice que aún cuando no se ha realizado el cortejo procesional
de la imagen del Señor Sepultado de Santa Catalina en la
ciudad de Guatemala, en el silencio de las primeras horas del
Sábado Santo (Sábado de Gloria) se escucha su andar con
un murmullo, de gente y marchas fúnebres, que se pierde por
las solitarias calles cercanas a la Iglesia Santa Catalina,
después que las procesiones de otros Santos Entierros
ya han ingresado a sus respectivos templos.
La consagración de dicha imagen fue realizada por el entonces
Arzobispo de la Arquidiócesis de Guatemala, Monseñor Próspero
Penados del Barrio, el 6 de agosto de 2000.
Al conmemorarse 200 años del traslado de la imagen del Señor
Sepultado de Santa Catalina desde la ciudad de Santiago de los
Caballeros a la Iglesia Santa Catalina en la ciudad de
Guatemala, en 1809, se realizó una procesión conmemorativa y
extraordinaria el 3 de abril de 2009, Viernes de Dolores,
recorriendo calles y avenidas de dicha ciudad, después de casi
nueve décadas de no haberse realizado.
La veneración a esa imagen tiene una evocación especial, ya
que contempla una Novena dedicada al Señor Sepultado desde la
época colonial y contiene oraciones relacionadas con la
Pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor. Asimismo, se
incluye Velación el primer Viernes de Cuaresma, horas
de guardia, marchas fúnebres, conciertos y otras actividades
eclesiásticas.
El 6 de abril de 2012, y después de 90 años sin cortejo
procesional de Viernes Santo,
el Señor Sepultado de la Iglesia Santa Catalina recorrió
nuevamente calles y avenidas de la ciudad de Guatemala, siendo
una procesión penitencial y
desagravio en total silencio,
en la que los fieles rezaron con gran devoción llevando velas
encendidas.
En la ciudad colonial...
Al
visitar la Ermita del Santo Calvario, en La
Antigua Guatemala, el peregrino podrá observar una
imagen de Cristo Crucificado. En el interior de
dicha imagen fueron encontrados dos documentos en
los que se indica que la talla de esa imagen la
realizó Pedro de la Rosa, terciario franciscano,
concluyéndola el 8 de febrero de 1657, "siendo
moradores de este santo Calvario los hermanos
Pedro Betancur y don Pedro Ubierna". Esa
imagen es conocida como el Cristo Crucificado del
Hermano Pedro.
Cristo Crucificado del Hermano Pedro.
Templo de El Calvario
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Después de
más de tres siglos, el mensaje del ahora Santo Hermano Pedro
no pierde actualidad. Él es un estímulo para el laicado, tan
vigoroso y promisorio en el hoy de la Iglesia. Es un ejemplo
para todos, porque nos anima a vivir el mensaje de las
Bienaventuranzas y a la práctica de las obras de misericordia
en el diario acaecer; porque nos compromete en un amor de
amistad con el Cristo humilde y paciente, y nos lleva en
fidelidad y oración a buscar la voluntad de Dios en sencillez
de vida.
Fuente:
Itinerario de un peregrino en una "Ciudad Mística", La
Antigua Guatemala (Ediciones Provincia Franciscana "Nuestra
Señora de Guadalupe" de Centro América y Panamá)
- Fray Damián Muratori - Fray Edwin Alvarado - Williams
Mazariegos.
Una Campana
celeste resuena en Guatemala (Campaña: ¡Salvadme Reina de
Fátima por la Gracia de Cristo Nuestro Redentor!). Publicaciones de
Obras Sociales del Santo Hermano Pedro. Hechos de los
Apóstoles de América.
EWTN-San Pedro de San José Betancur. San Pedro de San José Betancur-Directorio
Franciscano. El milagro de Vilaflor. Homilía de Su Santidad
Juan Pablo II, del 30 de julio de 2002, en Guatemala.
(*)
Fotografías: Diario de Centroamérica. Diario guatemalteco
Prensa Libre. Juventud Bethlemita.
Santopedía.
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